Magena: Luna Creciente
- Mery
- 3 nov 2018
- 3 Min. de lectura

Magena significa luna creciente.
Su madre se lo puso cuando ella nació una noche de verano con una luna que apenas se dejaba ver entre el manto de estrellas. Su padre, indio nativo de sangre pura, hizo un ritual para dar la bienvenida a su primera hija. No era una niña común dentro del poblado, pero era su hija y para él su familia era lo más importante.
Con los años Magena creció en unas pequeñas tierras que su familia tenía, rodeada de sus primos y primas. Vivía en un tipi bastante confortable que ella misma había diseñado para alejarse un poco de sus padres a pesar de que vivían a cinco metros de ella.
Su abuelo, el gran jefe de la tribu no dejo de contar sus hazañas del pasado cuando luchaba por conseguir lo que era suyo y que el hombre blanco les arrebato, ahora todo estaba más protegido pero hace años... hace años se jugaban la vida por sus tierras. La historia que más le gustaba a Magena era cuando sus padres se conocieron. Su madre, una mujer española, morena con ojos color chocolate, se perdió en una de sus múltiples excursiones que ella solía hacer para conocer mundo. La noche cayo encima suya y perdió la orientación de donde se encontraba. Con frío, hambre y cansada a más no poder se acurruco en lo bajo de una enorme roca del desierto con su diminuta linterna encendida, en aquel momento unos indios terminaban su jornada de pesca. Se les hizo tarde pero su poblado no estaba lejos. El padre de Magena al ver un leve haz de luz se desvió del camino que seguía con sus compañeros y se acerco a ver que era aquello. Ahí la vio. La mujer blanca más bonita que había visto jamás. Se acerco a ella, le tendió su manto para el frío y con un idioma totalmente distinto consiguieron comunicarse.
Cuando aparecieron los dos en el poblado, el abuelo de Magena no acepto que su hijo salvara de los peligros del desierto a una mujer que no era de la tribu, pero su mujer no podía dejar que aquella muchacha muriera aquella noche en mitad de un desierto lleno de serpientes y buitres preparados para cazar al amanecer. A pesar de que sabía lo que conllevaba oponerse a la opinión de su marido, acompaño a la joven a que comiera algo y descansara.
De esa manera la madre de Magena termino siendo una más de aquel poblado y su salvador se convirtió en su amigo fiel, su amor y su amante. Su boda fue preciosa, con rituales para la buena suerte. Entre familiares y amigos. Un amor que se consolido más aún cuando Magena llego a los cuatro años de aquel maravilloso día. Criaron a su hija con las costumbres del poblado y el abuelo de esta acepto que su hijo tuviera como esposa a una mujer blanca. Adoraba a su nieta. Era su talismán. Alguien a quien proteger, pero Magena tenía alas y quería volar como lo hacía el águila que un día salvo de ser devorado. Ella quería ver mundo, conocer otras culturas y viajar. Su familia no aceptaba que ella dejara el poblado y se vio metida en una cárcel sin barrotes de la cual no sabía como podría salir. Si se escapaba habría sufrimiento y eso no lo soportaría.
Al anochecer de un día de verano, cuando le quedaban dos días para cumplir sus veinte años, un grupo de turistas viajaban en moto por la carretera más cercana a al poblado. Era el limite que ella podía sobre pasar. Uno de ellos perdió el equilibrio y cayo al suelo. Sus compañeros no se dieron cuenta y él quedo tendido con un fuerte golpe en la cabeza y una fractura en su pierna derecha con bastante mala pinta. Magena le vio. No podía dejarle allí. Tras esperar unos minutos a que sus compañeros volvieran y ver que no era así, se acerco a él, estaba inconsciente. Le miro y sin pensarlo se lo echo a la espalda y como pudo llego al poblado. Todos giraron sus cabezas hacia ella. Su madre se acerco. Su abuela también. Su abuelo no dejo de mirar con ojos de alerta y su padre ayudo colocándose al muchacho entre los hombros.
¿Conseguirá Magena que el muchacho se salve? ¿Lo aceptara su abuelo como acepto a su madre años atrás?
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